CARTA
ENCÍCLICA
VERITATIS SPLENDOR
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A TODOS LOS OBISPOS
DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE ALGUNAS CUESTIONES
FUNDAMENTALES
DE LA ENSEÑANZA MORAL
DE LA IGLESIA
VERITATIS SPLENDOR
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A TODOS LOS OBISPOS
DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE ALGUNAS CUESTIONES
FUNDAMENTALES
DE LA ENSEÑANZA MORAL
DE LA IGLESIA
CONCLUSIÓN
María Madre de misericordia
118. Al concluir estas consideraciones,
encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de misericordia, nuestras personas,
los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los
creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos
de moral.
María es Madre de misericordia porque
Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia
de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino
para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la
misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que
nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo
de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar
la misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa,
con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con
mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a
su Hijo 181: su misericordia para nosotros es redención.
Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera
y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos
por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la
tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del
cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que
es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto
sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del
mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva,
Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.
119. Esta es la consoladora certeza de
la fe cristiana, a la cual debe su profunda humanidad y su extraordinaria
sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos
problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma
demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse.
Esto es falso, porque —en términos de sencillez evangélica— consiste
fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el
abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por
su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia. «Quien
quiera vivir —nos recuerda san Agustín—, tiene en donde vivir, tiene de donde
vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No
rehúya la compañía de los miembros» 182. Con la luz del Espíritu, cualquier persona
puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un
«corazón entero» (Sal 86, 11). Por otra parte, esta sencillez
evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede
conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo
clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad
cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar
para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico,
sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales —con todas las
consecuencias que ello comporta— es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien
ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15).
120. María es también Madre de
misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies
de la cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al
Padre el perdón para los que no saben lo que hacen (cf. Lc 23,
34), María, con perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y
universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capacita para
abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de
todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la
misericordia divina.
María es signo luminoso y ejemplo
preclaro de vida moral: «su vida es enseñanza para todos», escribe san
Ambrosio 183, que, dirigiéndose en especial a las vírgenes,
pero en un horizonte abierto a todos, afirma: «El primer deseo ardiente de
aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de
Dios o más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo
Esplendor?» 184. Vive y realiza la propia libertad
entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del
nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo
nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es
el sacrificio total de su propia vida. Con el don de sí misma, María entra
plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y
meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender
(cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos
que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y
merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo,
el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del
Padre (cf. Hb 10, 5-10).
María invita a todo ser humano a acoger
esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de
Galilea durante el banquete de bodas: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,
5).
María comparte nuestra condición
humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido
el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al
hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de
parte de la verdad y comparte el peso de la Iglesia en el recordar
constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta
que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su
pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de
Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes
doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre:
sólo la cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y
salvación a su vida.
María,
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
Dado en Roma, junto a san Pedro, el 6 de agosto —fiesta de la
Transfiguración del Señor— del año 1993, décimo quinto de mi Pontificado.
IOANNES PAULUS PP. II
5. Pablo VI, Alocución a la Asamblea general de
las Naciones Unidas (4 octubre 1965), 1: AAS57 (1965), 878; cf. Carta
enc. Populorumprogressio (26 marzo
1967), 13: AAS 59 (1967), 263-264).
8. Pío XII ya había
puesto de relieve este desarrollo doctrinal: cf. Radiomensaje con ocasión del
cincuenta aniversario de la carta enc. Rerumnovarum de León XIII (1
junio 1941): ASS 33 (1941), 195-205. También Juan XXIII, Carta
enc. Mater et magistra (15 mayo
1961): AAS 53 (1961), 410-413.
13. Cf. Carta ap. Paratisemper a los Jóvenes y a las
Jóvenes del mundo con ocasión del Año internacional de la Juventud (31 marzo
1985), 2-8: AAS 77 (1985), 581-600.
19. S. Tomás de
Aquino, In duopraeceptacaritatis et in decemlegispraecepta. Prologus:
Opusculatheologica, II, n. 1129, Ed. Tauriens. (1954), 245; cf. SummaTheologica,
I-II, q. 91, a. 2; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1955.
25. In Psalmum
CXVIII Expositio, sermo 18, 37: PL 15, 1541; cf. S.
Cromacio de Aquileya,Tractatus in Matthaeum, XX, I, 1-4: CCL 9/A,
291-292.
37. Cf. 1 Pe 2, 12ss.; Didajé,
II, 2: PatresApostolici, ed. F. X. Funk, I, 6-9; Clemente de
Alejandría, Paedagogus, I, 10; II, 10: PG 8,
355-364; 497-536; Tertuliano, Apologeticum, IX, 8: CSEL,
69, 24.
38. Cf. S. Ignacio de Antioiquía, Ad
Magnesios, VI, 1-2: PatresApostolici, ed. F. X. Funk, I, 234-235; S. Ireneo, Adversushaereses,
IV, 33, 1.6.7: SCh 100/2, 802-805; 814-815; 816-819.
50. Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no
cristianas Nostraaetate, 1.
51. Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 43-44.
52. Declaración sobre
la libertad religiosa Dignitatishumanae, 1, remitiendo a
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril
1963): AAS 55 (1963), 279; Ibid., 265, y a Pío
XII, Radiomensaje(24 diciembre
1944): AAS 37 (1945), 14.
54. Cf. Carta
enc. Redemptorhominis (4 marzo 1979),
17: AAS 71 (1979), 295-300; Discurso a los
participantes en el V Coloquio Internacional de Estudios Jurídicos (10 marzo
1984), 4Insegnamenti VII, 1 (1984), 656; Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación Libertatisconscientia (22 marzo
1986), 19: AAS 79 (1987), 561.
58. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Declaración sobre
la libertad religiosa Dignitatishumanae, 2; cf. también
Gregorio XVI, Carta enc. Mirari vos arbitramur (15 agosto
1832): Acta GregoriiPapae XVI, I, 169-174; Pío IX, Carta enc. Quanta
cura (8 diciembre 1864): Pii IX P.M. Acta, I, 3, 687-700;
León XIII, Carta enc. Libertas Praestantissimum (20 junio
1888): Leonis XIII P.M. Acta, VIII, Romae 1889, 212-246.
59. A Letter Addressed to His Grace the Duke
of Norfolk: Certain Dificulties Felt by Anglicans in Catholic Teaching (Uniform
Edition: Longman, Grenn and Company, London, 1868-1881), vol. 2, p. 250.
63. Cf. Conc. Ecum. de
Trento, Ses. VI, decreto sobre la justificación Cum hoc tempore,
cann. 19-21: DS, 1569-1571.
69. Cf. S. Tomás de
Aquino, SummaTheologiae, I-II, q. 93, a. 3, ad 2um, citado por Juan
XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril
1963): AAS 55 (1963), 271.
71. S. Tomás de
Aquino, In duopraeceptacaritatis et in decemlegispraecepta. Prologus:
Opusculatheologica, II, n. 1129, Ed. Taurinens (1954), 245.
72. Cf. Discurso a
un grupo de Obispos de los Estados Unidos de América en visita «ad limina» (15
octubre 1988), 6: Insegnamenti, XI, 3 (1988), 1228.
83. León XIII, Carta
enc. Libertas Praestantissimum (20 junio
1888): Leonis XIII P. M. Acta, VIII, Romae 1889, 219.
86. Cf. Conc. Ecum. de
Vienne, Const. Fideicatholicae: DS, 902; Conc. Ecum. V
de Letrán, Bula Apostoliciregiminis: DS, 1440.
88. Cf. Ses. VI,
Decreto sobre la justificación Cum hoc tempore, cap. 15: DS,
1544. La Exhortación apostólica post-sinodal sobre la reconciliación y la
penitencia en la misión de la Iglesia hoy, cita otros textos del Antiguo y del
Nuevo Testamento, que condenan como pecados mortales algunos comportamientos
referidos al cuerpo: cf. Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre
1984), 17: AAS 77 (1985), 218-223.
90. Congregación para
la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y
la dignidad de la procreación Donum vitae (22 febrero
1987), Introd. 3: AAS 80 (1988), 74; cf. Pablo VI, Carta
enc. Humanae vitae (25 julio
1968), 10: AAS 60 (1968), 487-488.
94. Cf. Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 10; S. Congregación
para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexual Persona humana (29 diciembre
1975), 4: AAS 68 (1976), 80: «Cuando la Revelación divina y,
en su orden propio, la sabiduría filosófica, ponen de relieve exigencias
auténticas de la humanidad, están manifestando necesariamente, por el mismo
hecho, la existencia de leyes inmutables, inscritas en los elementos
constitutivos de la naturaleza humana; leyes que se revelen idénticas en todos
los seres dotados de razón».
98. Cf. S. Tomás de
Aquino, SummaTheologiae, I-II, q. 108, a. 1. Santo Tomás fundamenta
el carácter, no meramente formal sino determinado en el contenido, de las
normas morales, incluso en el ámbito de la Ley Nueva, en la asunción de la
naturaleza humana por parte del Verbo.
100. El desarrollo de la
doctrina moral de la Iglesia es semejante al de la doctrina de la fe: cf. Conc.
Ecum. Vat. I, Const. dogm. sobre la fe católica Dei Filius, cap.
4: DS, 3020, y can. 4: DS 3024. También se aplican
a la doctrina moral las palabras pronunciadas por Juan XXIII con ocasión de la
inauguración del Concilio Vaticano II (11 octubre 1962): «Esta doctrina
(la doctrina cristiana en su integridad) es, sin duda, verdadera e inmutable, y
el fiel debe prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla según
las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa, en efecto, es el depósito de la fe
o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el
modo como se enuncian estas verdades, conservando, sin embargo, el mismo
sentido y significado»: AAS 54 (1962); cf. L'Osservatore
Romano, 12 octubre 1962, p. 2.
105. Suprema S. Congregación
del Santo Oficio, Instrucción sobre la «ética de situación» Contra doctrinam (2
febrero 1956): AAS 48 (1956), 144.
106. Carta enc. Dominum et vivificantem (18 mayo 1986),
43: AAS 78 (1986), 859; Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 16; Declaración
sobre la libertad religiosa Dignitatishumanae, 3.
112. Conc. Ecum. Vat.
II, Const.dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5; cf. Conc. Ecum.
Vat. I, Const. dogm. sobre la fe católica Dei Filius, cap. 3: DS,
3008.
113. Conc. Ecum. Vat.
II, Const.dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 5; cf. S.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de ciertas
cuestiones de ética sexualPersona humana (29 diciembre
1975), 10: AAS 68 (1976), 88-90.
114. Cf. Exhort. ap.
post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre
1984), 17: AAS 77 (1985), 218-223.
116. Exhort. ap.
post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre
1984), 17: AAS 77 (1985), 221.
120. Cf. S. Tomás de
Aquino, SummaTheologiae, II-II, q. 1, a. 3: «Idemsuntactus
morales et actushumani».
123. El Concilio
Vaticano II, en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual,
precisa: «Esto vale no sólo para los cristianos, sino también para todo los
hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la gracia de modo visible.
Cristo murió por todos, y la vocación última del hombre es realmente una sola,
es decir, la divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo
ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien
a este misterio pascual»: Gaudium et spes, 22.
124. Tractatus
ad TiberiumDiaconumsociosque, II. Responsiones ad TiberiumDiaconumsociosque: S.
Cirilo de Alejandría, In D. JohannisEvangelium, vol. III, ed. Philip Edward Pusey, Bruxelles, Culture et
Civilisation (1965), 590.
125. Cf. Conc. Ecum. de Trento, ses. VI, Decreto sobre
la justificación Cum hoc tempore, can. 19: DS, 1569.
Ver también: Clemente XI, Const. Unigenitus Dei Filius (8
septiembre 1713) contra los errores de Pascasio Quesnel, nn. 53-56: DS,
2453-2456.
128. In duo praeceptacaritatiset in
decemlegispraecepta. De dilectione Dei: Opusculatheologica, II, n. 1168, Ed.
Taurinens. (1954), 250.
131. Exhort. ap.
post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre
1984), 17: AAS 77 (1985), 221; cf. pablo VI, Alocución a
los miembros de la Congregación del Santísimo Redentor (septiembre 1967): AAS 59
(1967), 962: «Se debe evitar el inducir a los fieles a que piensen
diferentemente, como si después del Concilio ya estuvieran permitidos algunos
comportamientos, que precedentemente la Iglesia había declarado intrínsecamente
malos. ¿Quién no ve que de ello se derivaría un deplorable relativismo
moral, que llevaría fácilmente a discutir todo el patrimonio de la doctrina
de la Iglesia?».
134. Contra
mendacium, VII, 18: PL 40, 528; cf. S. Tomás de
Aquino, Quaestionesquodlibetales, IX, q. 7, a. 2; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1753-1755.
136. Discurso a
los participantes en el Congreso internacional de teología moral (10 abril
1986), 1:Insegnamenti IX, 1 (1986), 970.
141. Conc. Ecum. Vat.
II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 36; cf. Carta enc.Redemptorhominis (4 marzo 1979),
21: AAS 71 (1979), 316-317.
147. «Summumcrede nefas
animampraeferrepudori/ et proptervitam vivendi perdere causas»:Satirae,
VIII, 83-84.
151. Exhortación ap.
post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre
1984), 34: AAS 77 (1985), 272.
155. Ibid.,
44: l.c., 848-849; cf. León XIII, Carta enc. Libertas Praestantissimum (20 junio
1888): Leonis XIII P.M. Acta, VIII Romae 1889, 224-226.
160. Cf. Exhort. ap. post-sinodal Christifideleslaici (30 diciembre
1988), 42: AAS 81 (1989), 472-476.
162. Ses. VI. Decreto
sobre la justificación Cum hoc tempore, cap. 11: DS,
1536; cf. can. 18: DS1568. El conocido texto de san Agustín, citado
por el Concilio, está tomado del De natura et gratia, 43, 50 (CSEL 60,
270).
164. Discurso a
los participantes en un curso sobre la procreación responsable (1 marzo 1984),
4:Insegnamenti VII, 1 (1984), 583.
170. Congregación para
la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación
eclesial del teólogoDonumveritatis (24 mayo 1990), 6: AAS 82
(1990), 1552.
171. Alocución a los profesores y
estudiantes de la Pontificia Universidad Gregoriana (15 diciembre
1979), 6: Insegnamenti II, 2 (1979), 1424.
172. Congregación para
la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación
eclesial del teólogoDonumveritatis (24 mayo 1990), 16: AAS 82
(1990), 1557.
176. S. Congregación
para la Educación Católica, La formación religiosa de los futuros
sacerdotes (22 febrero 1976), n. 100. Véanse los nn. 95-101, que
presentan las perspectivas y las condiciones para un fecundo trabajo de
renovación teológico-moral.
177. Congregación para
la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre la vocación
eclesial del teólogoDonumveritatis (24 mayo 1990), 11: AAS 82
(1990), 1554; cf. en particular los nn. 32-39 dedicados al problema del disenso
ibid., l.c., 1562-1568.
181. «O inaestimabilisdilectiocaritatis:
utservumredimeres, Filiumtraddisti»: MissaleRomanum, In Resurrectione
Domini, Praeconiumpaschale.