CARTA APOSTÓLICA
SALVIFICI DOLORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO
SALVIFICI DOLORIS
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES,
FAMILIAS RELIGIOSAS
Y FIELES DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE EL SENTIDO CRISTIANO
DEL SUFRIMIENTO HUMANO
Venerables
Hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
I
INTRODUCCIÓN
1. « Suplo
en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del
sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es
la Iglesia ».(1)
Estas
palabras parecen encontrarse al final del largo camino por el que discurre el
sufrimiento presente en la historia del hombre e iluminado por la palabra de
Dios. Ellas tienen el valor casi de un descubrimiento definitivo que va
acompañado de alegría; por ello el Apóstol escribe: « Ahora me alegro de mis
padecimientos por vosotros ».(2) La alegría deriva del descubrimiento del
sentido del sufrimiento; tal descubrimiento, aunque participa en él de modo
personalísimo Pablo de Tarso que escribe estas palabras, es a la vez válido
para los demás. El Apóstol comunica el propio descubrimiento y goza por todos
aquellos a quienes puede ayudar —como le ayudó a él mismo— a penetrar en el
sentido salvífico del sufrimiento.
2. El tema
del sufrimiento —precisamente bajo el aspecto de este sentido salvífico— parece
estar profundamente inserto en el contexto del Año de la Redención como Jubileo
extraordinario de la Iglesia; también esta circunstancia depone directamente en
favor de la atención que debe prestarse a ello precisamente durante este
período. Con independencia de este hecho, es un tema universal que acompaña al
hombre a lo largo y ancho de la geografía. En cierto sentido coexiste con él en
el mundo y por ello hay que volver sobre él constantemente. Aunque San Pablo ha
escrito en la carta a los Romanos que « la creación entera hasta ahora gime y
siente dolores de parto »;(3) aunque el hombre conoce bien y tiene presentes
los sufrimientos del mundo animal, sin embargo lo que expresamos con la palabra
« sufrimiento » parece ser particularmente esencial a la naturaleza del
hombre. Ello es tan profundo como el hombre, precisamente porque
manifiesta a su manera la profundidad propia del hombre y de algún modo la
supera. El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno
de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido « destinado » a
superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado a hacerlo.
3. Si el
tema del sufrimiento debe ser afrontado de manera particular en el contexto del
Año de la Redención, esto sucede ante todo porque la redención se
ha realizado mediante la cruz de Cristo, o sea mediante
su sufrimiento. Y al mismo tiempo, en el Año de la Redención
pensamos de nuevo en la verdad expresada en la Encíclica Redemptor
hominis: en Cristo « cada hombre se convierte en camino de la Iglesia
».(4) Se puede decir que el hombre se convierte de modo particular en camino de
la Iglesia, cuando en su vida entra el sufrimiento. Esto sucede, como es
sabido, en diversos momentos de la vida; se realiza de maneras diferentes;
asume dimensiones diversas; sin embargo, de una forma o de otra, el sufrimiento
parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del
hombre.
Dado pues
que el hombre, a través de su vida terrena, camino en un modo o en otro por el
camino del sufrimiento, la Iglesia debería —en todo tiempo, y quizá
especialmente en el Año de la Redención— encontrarse con el hombre precisamente
en este camino. La Iglesia, que nace del misterio de la redención en la cruz de
Cristo, está obligada a buscar el encuentro con el hombre, de
modo particular en el camino de su sufrimiento. En tal encuentro el hombre « se
convierte en el camino de la Iglesia », y es este uno de los caminos más
importantes.
4. De aquí
deriva también esta reflexión, precisamente en el Año de la Redención: la
reflexión sobre el sufrimiento. El sufrimiento humano suscita compasión, suscita
también respeto, y a su manera atemoriza. En
efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio específico. Este
particular respeto por todo sufrimiento humano debe ser puesto al principio de
cuanto será expuesto a continuación desde la más profunda necesidad del
corazón, y también desde el profundo imperativo de la fe. En el tema
del sufrimiento, estos dos motivos parecen acercarse particularmente y unirse
entre sí: la necesidad del corazón nos manda vencer la timidez, y el imperativo
de la fe —formulado, por ejemplo, en las palabras de San Pablo recordadas al
principio— brinda el contenido, en nombre y en virtud del cual osamos tocar lo
que parece en todo hombre algo tan intangible; porque el hombre, en su
sufrimiento, es un misterio intangible.
II
EL MUNDO DEL
SUFRIMIENTO HUMANO
5. Aunque en
su dimensión subjetiva, como hecho personal, encerrado en el concreto e
irrepetible interior del hombre, el sufrimiento parece casi inefable e intransferible,
quizá al mismo tiempo ninguna otra cosa exige —en su « realidad objetiva »—
ser tratada, meditada, concebida en la forma de un explícito problema; y exige
que en torno a él hagan preguntas de fondo y se busquen respuestas. Como se ve,
no se trata aquí solamente de dar una descripción del sufrimiento. Hay otros
criterios, que van más allá de la esfera de la descripción y que hemos de tener
en cuenta, cuando queremos penetrar en el mundo del sufrimiento humano.
Puede ser
que la medicina, en cuanto ciencia y a la vez arte de curar,
descubra en el vasto terreno del sufrimiento del hombre el sector más
conocido, el identificado con mayor precisión y relativamente más
compensado por los métodos del « reaccionar » (es decir, de la terapéutica).
Sin embargo, éste es sólo un sector. El terreno del sufrimiento humano es mucho
más vasto, mucho más variado y pluridimensional. El hombre sufre de modos
diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más
avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más
amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más
profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema
nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta
distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el
elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del
sufrimiento. Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las
palabras « sufrimiento » y « dolor », el sufrimiento físico se
da cuando de cualquier manera « duele el cuerpo », mientras que el sufrimiento
moral es « dolor del alma ». Se trata, en efecto, del dolor de tipo
espiritual, y no sólo de la dimensión « psíquica » del dolor que acompaña tanto
el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del
sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez
aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica.
6. La
Sagrada Escritura es un gran libro sobre el sufrimiento. De
los libros del Antiguo Testamento mencionaremos sólo algunos ejemplos de
situaciones que llevan el signo del sufrimiento, ante todo moral: el peligro de
muerte,(5) la muerte de los propios hijos,(6) y especialmente la muerte del
hijo primogénito y único.(7) También la falta de prole,(8) la nostalgia de la
patria,(9) la persecución y hostilidad del ambiente,(10) el escarnio y la
irrisión hacia quien sufre,(11) la soledad y el abandono.(12) Y otros más, como
el remordimiento de conciencia,(13) la dificultad en comprender por qué los
malos prosperan y los justos sufren,(14) la infidelidad e ingratitud por parte
de amigos y vecinos,(15) las desventuras de la propia nación.(l6)
El Antiguo
Testamento, tratando al hombre como un « conjunto » psicofísico, une
con frecuencia los sufrimientos « morales » con el dolor de determinadas partes
del organismo: de los huesos,(17) de los riñones,(18) del hígado,(19) de las
vísceras,(20) del corazón.(21) En efecto, no se puede negar que los
sufrimientos morales tienen también una parte « física » o somática, y que con
frecuencia se reflejan en el estado general del organismo.
7. Como se
ve a través de los ejemplos aducidos, en la Sagrada Escritura encontramos un
vasto elenco de situaciones dolorosas para el hombre por diversos motivos. Este
elenco diversificado no agota ciertamente todo lo que sobre el sufrimiento ha
dicho ya y repite constantemente el libro de la historia del hombre (éste
es más bien un «libro no escrito»), y más todavía el libro de la historia de la
humanidad, leído a través de la historia de cada hombre.
Se puede
decir que el hombre sufre, cuando experimenta cualquier mal. En
el vocabulario del Antiguo Testamento, la relación entre sufrimiento y mal se
pone en evidencia como identidad. Aquel vocabulario, en efecto, no poseía una
palabra específica para indicar el «sufrimiento»; por ello definía como «mal»
todo aquello que era sufrimiento.(22) Solamente la lengua griega y con ella el
Nuevo Testamento (y las versiones griegas del Antiguo) se sirven del verbo
«pas*¥ = estoy afectado por..., experimento una sensación, sufro», y gracias a
él el sufrimiento no es directamente identificable con el mal (objetivo), sino
que expresa una situación en la que el hombre prueba el mal, y probándolo, se
hace sujeto de sufrimiento. Este, en verdad, tiene a la vez carácter
activo y pasivo (de « patior »). Incluso cuando el hombre se procura
por sí mismo un sufrimiento, cuando es el autor del mismo, ese sufrimiento
queda como algo pasivo en su esencia metafísica.
Sin embargo,
esto no quiere decir que el sufrimiento en sentido psicológico no esté marcado
por una « actividad » específica. Esta es, efectivamente,
aquella múltiple y subjetivamente diferenciada « actividad » de dolor, de tristeza,
de desilusión, de abatimiento o hasta de desesperación, según la intensidad del
sufrimiento, de su profundidad o indirectamente según toda la estructura del
sujeto que sufre y de su específica sensibilidad. Dentro de lo que constituye
la forma psicológica del sufrimiento, se halla siempre una experiencia
de mal, a causa del cual el hombre sufre.
Así pues, la
realidad del sufrimiento pone una pregunta sobre la esencia del mal: ¿qué es el
mal?
Esta
pregunta parece inseparable, en cierto sentido, del tema del sufrimiento. La
respuesta cristiana a esa pregunta es distinta de la que dan algunas
tradiciones culturales y religiosas, que creen que la existencia es un mal del
cual hay que liberarse. El cristianismo proclama el esencial bien de la
existencia y el bien de lo que existe, profesa la bondad del Creador y
proclama el bien de las criaturas. El hombre sufre a causa del mal, que es una
cierta falta, limitación o distorsión del bien. Se podría decir que el hombre
sufre a causa de un bien del que él no participa, del cual es
en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. Sufre en particular
cuando « debería » tener parte —en circunstancias normales— en este bien y no
lo tiene.
Así pues, en
el concepto cristiano la realidad del sufrimiento se explica por medio del mal
que está siempre referido, de algún modo, a un bien.
8. El
sufrimiento humano constituye en sí mismo casi un específico « mundo » que
existe junto con el hombre, que aparece en él y pasa, o a veces no pasa, pero
se consolida y se profundiza en él. Este mundo del sufrimiento, dividido en
muchos y muy numerosos sujetos, existe casi en la dispersión. Cada
hombre, mediante su sufrimiento personal, constituye no sólo una pequeña parte
de ese « mundo », sino que a la vez aquel « mundo » está en él como una entidad
finita e irrepetible. Unida a ello está, sin embargo, la dimensión
interpersonal y social. El mundo del sufrimiento posee como una cierta compactibilidad
propia. Los hombres que sufren se hacen semejantes entre sí a través
de la analogía de la situación, la prueba del destino o mediante la necesidad
de comprensión y atenciones; quizá sobre todo mediante la persistente pregunta
acerca del sentido de tal situación. Por ello, aunque el mundo del sufrimiento
exista en la dispersión, al mismo tiempo contiene en sí un singular
desafío a la comunión y la solidaridad. Trataremos de seguir
también esa llamada en estas reflexiones.
Pensando en
el mundo del sufrimiento en su sentido personal y a la vez colectivo, no es
posible, finalmente, dejar de notar que tal mundo, en algunos períodos de
tiempo y en algunos espacios de la existencia humana, parece que se
hace particularmente denso. Esto sucede, por ejemplo, en casos de
calamidades naturales, de epidemias, de catástrofes y cataclismos o de diversos
flagelos sociales. Pensemos, por ejemplo, en el caso de una mala cosecha y,
como consecuencia del mismo —o de otras diversas causas—, en el drama del
hambre.
Pensemos,
finalmente, en la guerra. Hablo de ella de modo especial. Habla de las dos
últimas guerras mundiales, de las que la segunda ha traído consigo un cúmulo
todavía mayor de muerte y un pesado acervo de sufrimientos humanos. A su vez,
la segunda mitad de nuestro siglo —como en proporción con los errores y transgresiones de nuestra civilización contemporánea— lleva en sí una
amenaza tan horrible de guerra nuclear, que no podemos pensar en este período
sino en términos de un incomparable acumularse de sufrimientos, hasta
llegar a la posible autodestrucción de la humanidad. De esta manera ese mundo
de sufrimiento, que en definitiva tiene su sujeto en cada hombre, parece
transformarse en nuestra época —quizá más que en cualquier otro momento— en un
particular « sufrimiento del mundo »; del mundo que ha sido transformado, como
nunca antes, por el progreso realizado por el hombre y que, a la vez, está en
peligro más que nunca, a causa de los errores y culpas del hombre.
III
A LA
BÚSQUEDA DE UNA RESPUESTA
A LA PREGUNTA SOBRE EL SENTIDO
DEL SUFRIMIENTO
A LA PREGUNTA SOBRE EL SENTIDO
DEL SUFRIMIENTO
9. Dentro de
cada sufrimiento experimentado por el hombre, y también en lo profundo del
mundo del sufrimiento, aparece inevitablemente la pregunta: ¿por
qué? Es una pregunta acerca de la causa, la razón; una pregunta acerca
de la finalidad (para qué); en definitiva, acerca del sentido. Esta no sólo
acompaña el sufrimiento humano, sino que parece determinar incluso el contenido
humano, eso por lo que el sufrimiento es propiamente sufrimiento humano.
Obviamente
el dolor, sobre todo el físico, está ampliamente difundido en el mundo de los
animales. Pero solamente el hombre, cuando sufre, sabe que sufre y se pregunta
por qué; y sufre de manera humanamente aún más profunda, si no encuentra una
respuesta satisfactoria. Esta es una pregunta difícil, como lo
es otra, muy afín, es decir, la que se refiere al mal: ¿Por qué el mal? ¿Por
qué el mal en el mundo? Cuando ponemos la pregunta de esta manera, hacemos
siempre, al menos en cierta medida, una pregunta también sobre el sufrimiento.
Ambas
preguntas son difíciles cuando las hace el hombre al hombre, los hombres a los
hombres, como también cuando el hombre las hace a Dios. En
efecto, el hombre no hace esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el
sufrimiento provenga de él, sino que la hace a Dios como Creador y Señor del
mundo.
Y es bien
sabido que en la línea de esta pregunta se llega no sólo a múltiples
frustraciones y conflictos en la relación del hombre con Dios, sino que sucede
incluso que se llega a la negación misma de Dios. En efecto,
si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia
de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen
ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos
sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena. Por ello, esta
circunstancia —tal vez más aún que cualquier otra— indica cuán importante
es la pregunta sobre el sentido del sufrimiento y con qué
agudeza es preciso tratar tanto la pregunta misma como las posibles respuestas
a dar.
10. El
hombre puede dirigir tal pregunta a Dios con toda la conmoción de su corazón y
con la mente llena de asombro y de inquietud; Dios espera la pregunta y la
escucha, como podemos ver en la Revelación del Antiguo Testamento. En el libro
de Job la pregunta ha encontrado su expresión más viva.
Es conocida
la historia de este hombre justo, que sin ninguna culpa propia es probado por
innumerables sufrimientos. Pierde sus bienes, los hijos e hijas, y finalmente él
mismo padece una grave enfermedad. En esta horrible situación se presentan en
su casa tres viejos amigos, los cuales —cada uno con palabras distintas— tratan
de convencerlo de que, habiendo sido afectado por tantos y tan terribles
sufrimientos, debe haber cometido alguna culpa grave. En
efecto, el sufrimiento —dicen— se abate siempre sobre el hombre como pena por
el reato; es mandado por Dios que es absolutamente justo y encuentra la propia
motivación en la justicia. Se diría que los viejos amigos de Job quieren no
sólo convencerlo de la justificación moral del mal, sino que,
en cierto sentido, tratan de defender el sentido moral del
sufrimiento ante sí mismos. El sufrimiento, para ellos, puede tener sentido
exclusivamente como pena por el pecado y, por tanto, sólo en el campo de la
justicia de Dios, que paga bien con bien y mal con mal.
Su punto de
referencia en este caso es la doctrina expresada en otros libros del Antiguo
Testamento, que nos muestran el sufrimiento como pena infligida por Dios a
causa del pecado de los hombres. El Dios de la Revelación es Legislador
y Juez en una medida tal que ninguna autoridad temporal puede hacerlo.
El Dios de la Revelación, en efecto, es ante todo el Creador, de
quien, junto con la existencia, proviene el bien esencial de la creación. Por
tanto, también la violación consciente y libre de este bien por parte del
hombre es no sólo una transgresión de la ley, sino, a la vez, una ofensa al
Creador, que es el Primer Legislador. Tal transgresión tiene carácter de
pecado, según el sentido exacto, es decir, bíblico y teológico de esta
palabra. Al mal moral del pecado corresponde el castigo, que
garantiza el orden moral en el mismo sentido trascendente, en el que este orden
es establecido por la voluntad del Creador y Supremo Legislador. De ahí deriva
también una de las verdades fundamentales de la fe religiosa, basada asimismo
en la Revelación: o sea que Dios es un juez justo, que premia el bien y castiga
el mal: « (Señor) eres justo en cuanto has hecho con nosotros, y todas tus
obras son verdad, y rectos tus caminos, y justos todos tus juicios. Y has
juzgado con justicia en todos tus juicios, en todo lo que has traído sobre
nosotros ... con juicio justo has traído todos estos males a causa de nuestros
pecados ».(23)
En la opinión
manifestada por los amigos de Job, se expresa una convicción que se encuentra
también en la conciencia moral de la humanidad: el orden moral objetivo
requiere una pena por la transgresión, por el pecado y por el reato. El
sufrimiento aparece, bajo este punto de vista, como un « mal justificado ». La
convicción de quienes explican el sufrimiento como castigo del pecado, halla su
apoyo en el orden de la justicia, y corresponde con la opinión expresada por
uno de los amigos de Job: « Por lo que siempre vi, los que aran la iniquidad y
siembran la desventura, la cosechan ».(24)
11. Job, sin
embargo, contesta la verdad del principio que identifica el sufrimiento con el
castigo del pecado y lo hace en base a su propia experiencia. En efecto, él es
consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha
hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job
por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el
sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no
puede comprender a fondo con su inteligencia.
El libro de
Job no desvirtúa las bases del orden moral trascendente, fundado en la
justicia, como las propone toda la Revelación en la Antigua y en la Nueva
Alianza. Pero, a la vez, el libro demuestra con toda claridad que los
principios de este orden no se pueden aplicar de manera exclusiva y
superficial. Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo
cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario,
que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de
castigo. La figura del justo Job es una prueba elocuente en el Antiguo
Testamento. La Revelación, palabra de Dios mismo, pone con toda claridad el
problema del sufrimiento del hombre inocente: el sufrimiento sin culpa. Job no
ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido
sometido a una prueba durísima. En la introducción del libro aparece que Dios
permitió esta prueba por provocación de Satanás. Este, en efecto, puso en duda
ante el Señor la justicia de Job: « ¿Acaso teme Job a Dios en balde?... Has
bendecido el trabajo de sus manos, y sus ganados se esparcen por el país. Pero
extiende tu mano y tócalo en lo suyo, (veremos) si no te maldice en tu rostro
».(25) Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para
demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba.
El libro de
Job no es la última palabra de la Revelación sobre este tema. En cierto modo es
un anuncio de la pasión de Cristo. Pero ya en sí mismo es un argumento
suficiente para que la respuesta a la pregunta sobre el sentido del
sufrimiento no esté unida sin reservas al orden moral, basado sólo en la
justicia. Si tal respuesta tiene una fundamental y trascendente razón y
validez, a la vez se presenta no sólo como insatisfactoria en casos semejantes
al del sufrimiento del justo Job, sino que más bien parece rebajar y
empobrecer el concepto de justicia, que encontramos en la
Revelación.
12. El libro
de Job pone de modo perspicaz el « por qué » del sufrimiento; muestra también
que éste alcanza al inocente, pero no da todavía la solución al problema.
Ya en el
Antiguo Testamento notamos una orientación que tiende a superar el concepto
según el cual el sufrimiento tiene sentido únicamente como castigo por el
pecado, en cuanto se subraya a la vez el valor educativo de la pena
sufrimiento. Así pues, en los sufrimientos infligidos por Dios al Pueblo
elegido está presente una invitación de su misericordia, la cual corrige para llevar
a la conversión: « Los castigos no vienen para la destrucción sino para la
corrección de nuestro pueblo ».(26)
Así se
afirma la dimensión personal de la pena. Según esta dimensión, la pena tiene
sentido no sólo porque sirve para pagar el mismo mal objetivo de la
transgresión con otro mal, sino ante todo porque crea la posibilidad de
reconstruir el bien en el mismo sujeto que sufre.
Este es un
aspecto importantísimo del sufrimiento. Está arraigado profundamente en toda la
Revelación de la Antigua y, sobre todo, de la Nueva Alianza. El sufrimiento
debe servir para la conversión, es decir, para la
reconstrucción del bien en el sujeto, que puede reconocer la
misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como
finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y
consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y,
sobre todo, con Dios.
13. Pero
para poder percibir la verdadera respuesta al « por qué » del sufrimiento,
tenemos que volver nuestra mirada a la revelación del amor divino, fuente
última del sentido de todo lo existente. El amor es también la fuente más rica
sobre el sentido del sufrimiento, que es siempre un misterio; somos conscientes
de la insuficiencia e inadecuación de nuestras explicaciones. Cristo nos hace
entrar en el misterio y nos hace descubrir el « por qué » del sufrimiento, en
cuanto somos capaces de comprender la sublimidad del amor divino.
Para hallar
el sentido profundo del sufrimiento, siguiendo la Palabra revelada de Dios, hay
que abrirse ampliamente al sujeto humano en sus múltiples potencialidades,
sobre todo, hay que acoger la luz de la Revelación, no sólo en cuanto expresa
el orden trascendente de la justicia, sino en cuanto ilumina este orden con el
Amor como fuente definitiva de todo lo que existe. El Amor es también la fuente
más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta
pregunta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo.
Continúa en el Cap. IV JESUCRISTO:
EL
SUFRIMIENTO VENCIDO POR EL AMOR